Fuguémonos juntos para nunca mas volver, como aquellos dos desaparecidos cuyo vuelo viajó tras la luz. Todo está cronometrado. El viaje comienza. Dos jóvenes preparan sus maletas, en ellas llevan cuaderno, lápiz, y cámara de fotos. Salen temprano y aun de noche, dándole la bienvenida a los primeros rayos de luz, respirando el frio de la mañana, sintiendo los latidos del compartido e incansable amor por la ruta. En sus miradas se puede apreciar la curiosidad y ansias por viajar. La tierra queda expectante ante tal visita. Comienzan a caminar, a navegar, a volar. Se dirigen juntos rumbo al destino por el cual creen en la ruta. A cada paso que dan se impulsa el mecanismo que los dirige: escritos sobre hojas secas de árboles perdidos, fotografías captadas para revelarlas en algún sueño, letras de periódico recortadas para componer el guión de la ruta. Caminan por un puzzle que siempre se completa y en el cual cada pieza está calculada con vistas a un fin.
Llegan al punto de partida. Tras él todo un mundo les espera. Se aventuran hacia sus sueños, navegando en la misma barca, cruzando la desembocadura de un rio. Siguen día a día, con el valor de la lucha y resistencia por conseguir el sueño común. Trepan por las paredes de un litoral virgen, se esconden en ellas, se dejan caer y en la arena de la playa dejan en una botella sus secretos. Vuelven a su refugio una vez más, entre los pinares y el cobijo de estos, en una playa nunca antes descubierta. Se arrojan al suelo, y en plan de lucha se arrastran por combatir la soledad. Negociando con las razones para llegar al trato de que ellos no son producto de ningún algoritmo matemático, son hijos de la locura, escapan de la cárcel para por siempre serles devuelta la libertad, o a conquistarla a fuerza de puño y letra. Trazan los dibujos del sendero que recorren, y los inmortalizan en las líneas de sus manos. Siguen caminando, construyendo el mañana, volviendo de regreso a la niñez, al sentimiento bajo los sueños que sólo escucharon los árboles que fueron bendecidos con el vino de la noche. A los gritos de euforia les sucedieron los abrazos, a los llantos por alegrías pasadas les sucedieron risas por penas pasadas, y la diferencia entre lloros y risas viajaba en la caldera de aquella locomotora que avanzaba por las vías que trazaban, y se detenían en las estaciones de aquel mundo que tiempo atrás comenzaron a descubrir. Aquel mundo por el que viajarían, fugándose para nunca más volver.
Llegan al punto de partida. Tras él todo un mundo les espera. Se aventuran hacia sus sueños, navegando en la misma barca, cruzando la desembocadura de un rio. Siguen día a día, con el valor de la lucha y resistencia por conseguir el sueño común. Trepan por las paredes de un litoral virgen, se esconden en ellas, se dejan caer y en la arena de la playa dejan en una botella sus secretos. Vuelven a su refugio una vez más, entre los pinares y el cobijo de estos, en una playa nunca antes descubierta. Se arrojan al suelo, y en plan de lucha se arrastran por combatir la soledad. Negociando con las razones para llegar al trato de que ellos no son producto de ningún algoritmo matemático, son hijos de la locura, escapan de la cárcel para por siempre serles devuelta la libertad, o a conquistarla a fuerza de puño y letra. Trazan los dibujos del sendero que recorren, y los inmortalizan en las líneas de sus manos. Siguen caminando, construyendo el mañana, volviendo de regreso a la niñez, al sentimiento bajo los sueños que sólo escucharon los árboles que fueron bendecidos con el vino de la noche. A los gritos de euforia les sucedieron los abrazos, a los llantos por alegrías pasadas les sucedieron risas por penas pasadas, y la diferencia entre lloros y risas viajaba en la caldera de aquella locomotora que avanzaba por las vías que trazaban, y se detenían en las estaciones de aquel mundo que tiempo atrás comenzaron a descubrir. Aquel mundo por el que viajarían, fugándose para nunca más volver.
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